Impacientemente desee que no llegaras. 365 días de sobresalto. Indiferente oigo sonar doce infames campanadas que retumban lastimeras.
Llantos que llegaron a oídos de un moribundo que se le terminaron los segundos implacablemente.
Me voy por fin; mi corazón ya no siente goce ni alegría, las sosegadas y monótonas horas: terminadas están, y no retornaràn jamás.
Como bebé prematuro en la onda triunfal de tu advenimiento, de lauro inmarcesible de novèl saltas a la palestra del estreno, entre pólvora de pirotecnia y aplausos de nobles y plebes en noche de matices índigos transformando la alegría de tus orígenes en frenética danza de la locura de la media noche.
Como despreciable y viejo muñeco que ni de espantapájaros me utilizaste me desechaste.
Me encendiste, y mi dignidad evaporaste como se evaporó el humo gris de mis cenizas.
Felizmente oíste las doce campanadas que con nostalgia retumbaron en mis oídos como si leyeras mi certificado de defunciòn camino del paredón de mi mísero saldo de moribundo que finalmente caerá en la perpetuidad de su obituario, me voy por fin, ya mi corazón no siente alegría, solo el dolor ante sosegadas y monótonas horas que me dejaron olvidado entre brindis, 12 uvas, abrazos, tamales, besos y paseos de maletas vacías en la barriada y alguna loca Margarita de pantis amarillos liberados en la continuación de robustos fémures, tibias y peronés desde la cintura a los pies.
Ya llegó: Hace un año vine con igual alegría y hoy me despido sin pena ni gloria, fueron para mí felices los días, cuando hubo en ellos tranquilidad y reposo.
Por eso al despedirlo, ni una queja brota de mi alma, porque resignado me despido en medio del jolgorio que solo cala en mi tristeza dejando siquiera un recuerdo doloroso por todos los que amamos y se fueron sin decirme adiós en medio de la música y el perfume de la flor temprana que me hizo evocar horas dichosas en medio de lágrimas y risas entre el adiós sin despedida de esa persona que está en esta tremolina.
Pero que no se nombra porque es el silencio, la queja, el dolor y el canto de la oración que se transforma en llanto de nostalgia confundido de alegría de la noche que al terminar se transforma en el guayabo de un nuevo amanecer de desmenuzados placeres en el triunfo de un nuevo calendario.