A la chica de los ojos callados
“Si tu eres música, yo soy silencio...”
Una vez soñé con serpientes,
perdí mis zapatos.
Desnudo
sin hojita de parra,
cabizbajo
azotado por la indiferencia del viento,
cuando quise volar
el cielo tenía alambres de espino.
Me arrastré convencido, como un gusano,
que la tierra mojada en su silencio
cobija raíces dormidas
y que despiertan a la llamada del sol.
En mis muros habitan siluetas de mujeres,
de esas paredes trasudan sombras
caigo de espaldas
por una catarata melancólica.
¡¿Por qué no se callan esas sombras
cuando me hablan tus dedos?!
Aun así tus dedos tiemblan en la ribera de mis oídos
como un idioma inexistente y frágil
como un rayo en su segundo ubicuo.
No te he visto más que en un onírico arco iris
filosofando sobre el color de los sonidos.
Me pregunto
qué tan melodioso
puede ser el verde en las cuerdas de un stradivarius
o de la armonía agridulce del violeta en tu piano
pregunto
porque la música tiene sabor en el paladar del oído.
Cuando te vi
subías un árbol invisible
y te hiciste viento
mujer de Céfiro.
Yo en cambio era silencio en las praderas
una avecilla que su canto no colmaba el dolor de las hojas.