Ay, del recoveco donde los astros procrean su tormenta encriptada:
Intérnate al desnudo de tus huesos sobre la arena,
Al murmullo de los mosquitos construyéndote la sangre en una niebla de zumbidos.
Quítate despacio ese lastre que te cubre de tantas deferencias, de tu propia estirpe.
Tómame la mano como quien llueve una temporada a la orilla de su íntima zozobra.
Resuelve las espinas donde el sol diluye tus redes de cobre,
Donde se forcluye la forma ahuecada en tus entrañas.
Expulsa los vahos ardientes de este muermo, esta euforia alimentada por las langostas de tus celos.
Mientras afuera se miden a pulmón perforado los minutos, circunscribamos alguna idea:
Quizás las cosas sigan ahí, yaciendo simplemente en su modo de ser cosas-
Como yo besando tu espalda, como vos sacudiéndome el sueño-,
Ejerciéndonos una permanencia provocativa, sórdida, indiscutible.
Pero en el fondo partido del espejo hay más que astillas, más que una duplicidad escatimada
A lo ganado y lo sembrado, a lo perdido y a quien se echó del retrato familiar;
Hay otro modo de trazar un orden (no me olvido), hay una pirámide de eventos
Derrumbándose como naipes que jamás cantaron una flor marchita, un envido a la pesca.
Porque lo hay, aquí flotamos, como la certidumbre del limbo nuestro de cada día,
Como la muerte sobre nosotros, los más vivos.