No existieron ni exiistirán poetas,
que sea buenos hombres de negocios,
porque en la industria de estos ócios,
los sonetos no se pagan ni con pesetas.
Érase una vez un bardo llamado Joaquín Sabina,
que escribía sonetos para un periódico,
que empezó con buen pie y acabó agónico,
terminando la hermosa aventura en triste ruina.
De todos es sabido,
que hablo del diario Público,
ya a punto de fallecer.
A quien lo haya leido,
le diré que fue ejemplo púdico,
siendo decente hasta perecer.