el duro tuétano del que estoy hecho y me arranco entre sonrisas
y gallos a medianoche, lo íntimo segregado y luego
endurecido por el aire, el tiempo, y tanto espejo donde simular.
Dedos casi ajenos hurgando -aguijoneando- entre
los pliegues recientes de la piel que tiende a caer en trozos, melancolías.
Pero las uñas no cejan en su obstinación de hacer sangrar, buscando
el trofeo ya cáscara, aunque nada justifique tortura semejante
sin embargo no hay pausa sino hasta que el ojo centinela encuentra
que fue alcanzado el objetivo, un trozo oscuro de sí resbala
entre los dedos perdiéndose en la infinidad del piso distante,
salpicado de olvido y restos de vida. Así se abandona el cuerpo
de a poco