I
Ese trozo de nada al que te ciernes, convenciéndote
De que una derrota temprana es siempre el mejor regalo
Para un cobarde inconformista.
II
Se despliega oblicua la vida con sus vueltas de ruleta rusa,
Brillante disparo, inocente, de quien es feliz ergo no quiere saber nada,
De quien amansa el hambre con crepúsculos y largas siestas.
III
Mi pulso desencajado me arrastra de la escena,
Demasiado nervio entorpeciéndome la viva carne.
Hileras de hormigas devorándose mis palabras.
IV
Quisiera que me baste este amor fresco y quieto,
Lento en su desperezar de cazador que ya embalsamó su presa.
V
Aquellas cuerdas que rasgó la suerte,
Luego la desidia aovilló para tejer alguna mortaja.
No oigo tu voz, quedamente desespero.
VI
Escucha entre las muelas, como si el mar fuese un caracol
Trigeminalmente pintado hasta su propia migraña;
Se adivina la pata floja de nuestro tenue equilibrio.
VII
Quisiera no sufrir este tirante desapego,
Como el pico de la tortuga que sostiene el mundo
(Y a nosotros) por el módico dolor de una mordida
Que nos arranca todas las clarividencias.
VIII
Esta inmovilidad está llegando a su sitio
(Lo que no sabe, es su momento),
Esta brusca ternura asegura sus amarres
(Lo que trastabilla es su esperanza).
IX
El rostro sereno, el viento del norte, cansado y seco
Como la resina que somos.
Para que haya fuego, amor mío, debemos consumirnos.
X
No es que yo quiera no ser, pero estoy
Atragantado en ese muro donde la humedad se descascara.
Soy la pared, aún cuando cae lo revocado,
Soy el ladrillo, testimonio de una humanidad
Clavada a su apremiante e inevitable incompletud.