Está tan a la vista, en mi sentir,
que no debería argüir concepto alguno.
Ni el primer motor como decía el de Aquino,
ni la causa no causada, Dios llamada,
y existencia en sí misma, sin que otro la creara.
Me seduce pensar más en el orden sideral
que es maravilla. Y supone extrema necedad
negar que Dios, o como quiera ser llamado,
es autor de la armonía y de todo ordenamiento.
¿Qué explicación puede alguien darme
para negar a Dios, o como quiera él decirle,
cuando advierte que dos células transforman
con su unión y veloz metamorfosis
al ser que acuno entre mis brazos?
¿Y qué de la belleza y armonía que es cantada
por poetas, mirando al ave o contemplando
el portento de una flor que eleva sones
o ese sentir del interior -hálito abstracto-
capaz de pensar, gozar, sufrir… o amar?
Puede negarse a Dios, de eso no hay dudas.
Pero muchos “porqué” existen para hallarlo
y hallar el trascendente valor a que aferrase, y en él
entender que lo gozado y lo sufrido, tiene su sentido.
De mi libro “De trazos del borrador”. 2017 ISBN 978-987-4004-51-2