Me encontré –y a mi corazón–
entre corpúsculos carmín
como ánfora caída al suelo:
en pedazos sobre un gélido crespón.
Fue una noche de Enero invernal
cuando el Sol se extinguió,
y el mar, en un instante, se secó.
Cuando el azul del universo se hizo gris
y el mar perdió su inmensidad,
me ahogué en mis lágrimas
al tocar la vasta oscuridad.
Me encontré –y a mi corazón–
cubierto de zarzas,
repleto de muescas por las heridas
del látigo que marco nuestra distancia.