Recorría el aposento
redondo, hermético, sombrío
en el centro de mi hogar
sin conocer lo que era el frío
ni los retratos de mis miedos
atado de una dócil serpiente su cola
portadora de vastos ríos
mientras escuchaba el sonido
lejano de una princesa cantar
y un minúsculo tambor soñoliento.
Plácido reposaba entre sueños
y retornantes jinetes del océano
contenido en el salón central.
Imaginé el exterior lleno de cantos
en boca de aves inflando sus pechos
guiándome a las puertas de un palacio.
Oía a los gigantes discutir mi llegar,
trémulos ruidos perturbaban mi espacio.
Yo reanudaba mi dormir en calma
aunque el lecho se volviera pequeño.
Habían ultrajado la paz de mi casa
con un amanecer manchado en sangre.
Me atrapó un hombre y usé mi llanto cual escudo
en vano al ver caer a mis augurios.
Mi madre como en una brasa gritaba
suplicándole a dios que el momento acabase.
Observé qué era la tierra y me vi desnudo
¡Y también a mi posesión arrebatada!
Entonces habló quien sería mi padre:
hijo, sé bienvenido al mundo.