Lastima que la penumbra nos zancadillee,
impedida de hacer las rendijas de luz
aún más amplias y largas de lo que son;
aún asi, gracias a la penumbra
por darnos el encontrar a esa dualidad
establecida que se reparte en todo.
Al regalarnos un diván donde reflexionar,
para poder estar sin ambigüedades,
haya donde estemos o hayamos ido.
Aqui estoy,
agradeciendo la respuesta de la penumbra,
esa que cuenta que en la evidencia de la dualidad,
siempre...siempre... se encuentra un unico todo.
Aquel diamante
duramente robusto,
salpicado por una esencia
se convirtio en cristalino,
se hizo tan luminoso como frágil;
hasta que cayo despedazandose
de las manos del mismo cielo
e invadieron sus pedazos
un presente entre ruidos, con destellos.
Su transparencia,
estuvo como diamante
y como cristal.
Su consistencia,
diferente en ese cambio
le condujo a repartirse en pedazos
esparcidos por aquí y por allá.
No daño descomponiendose,
ni al caer, ni al esparcirse,
pero si que se escucho
su instantaneo chasquido.
No hirio ni a los pies descalzos,
ni al egoista, ni al avaro,
ni a un transehuente
ni al placido niño
que gozando clamaba,
bañado por sudores....
¿donde te has escondido?
Lastima que el aire
se transforme en ocasiones
en dolor de presentes no queridos,
que no se pueda escoger
aunque se conozca lo querido,
por mas que uno haya vivido.
La choza de paja y barro
estuvo por decadas cobijando,
vino la tormenta de los monzones
y descubrio su debididad, su fortaleza,
destapo resquebrajando
el que habia sido un calido nido.
La paja descuidada,
sin importarle,
volo y volo,
se mojo y se seco;
y luego otros hombres
hicieron con ella otros moldes,
otros refugios, otros nidos.
El barro se deshizo,
se amaso, cientos,
miles de veces,
antes de sacar tinajas,
cuencos y montones de remedios
para piel, boca y oidos.
Lastima que a uno le importe cumplir años,
cuando los años duran poco,
están en continuo extravío.
Años que pasan dejando
recuerdos que suelen dar vueltas,
para quedar para siempre en el olvido.
Bosque siendo pasto de las llamas
en un desierto se convirtio;
por más que se deshagan los hielos
hay un incendio con mucha sed,
un incendio abrasa con fuego
retando al hombre, que nada puede hacer.
Bebe y bebe...
y no se agota,
bebe y bebe...
quema y no se extingue.
Y un amigo le pregunta a otro
¿como lo podemos hacer?
y el amigo tendiendole sus manos
lo abraza fuerte
diciendole...-ten fe.
Lastima que la confianza este demode,
este tan de luto,
lastima que no se crea,
en lo que emana sin artilugios, sin artificios.
Gracias por confiar.
Un becerro dialogaba
con las florecillas que pastaba,
ellas redondas, en punta,
con cientos de colores
repartían suerte al que las escuchaba.
Y el becerro se hizo ternero
y el ternero se hizo un gran macho,
más en su no pensar estaba el alimento,
llevaba dentro la sabia de lo fresco,
en su calmado rumiar
estaba lo nuevo proporcionandole
un lindo rosal en sus patas, por su vientre,
repartido como collar por todo su cuello.
Lastima que uno no se acuerde
de que si esta ciego puede escuchar,
si es un mudo puede saborear,
si esta cojo se puede todavia sentar.
Ese baul siempre cerrado,
en la esquina del recibidor,
sin candado, pero cerrado.
Una vez dentro de él,
se pusieron libros y ropas,
objetos de recuerdo que estorbaban
por los rincones de la casa.
El baúl esperaba,
a las manos que atisbaran
sus manillas, y sus llaves,
soluciones abridoras de puertas,
a las manos que recordaran,
a ese, su interior necesitado,
ahogado, impedido de respirar.
Esperaba un buen dia fuera abierto
y se desarroparan ventilando
los utensilios en él puestos,
ofreciendo de nuevo su utilidad.
Mas el tiempo pasaba
y los objetos depositados
enverdecieron hasta ennegracer.
A los libros se les comieron las puntas,
se le agujerearon sus hojas,
a los recuerdos se les olvido
hasta que tuvieron ayer.
Lastima que la esperanza ande colgada
mayormente en el trastero.
Gracias a la bienaventuranza
lanzada por una gitana,
sobre la tierra de un tibio suelo.