Me entra por un oído y me sale por el otro
la palabra que acarrea promesas fulgurantes
del político engañoso, traidor y petulante,
arriero de este pueblo, domesticado potro.
Nos embriagan con discurso ardiente y heroico,
con palabra perfumada y de oro revestida.
Simulan ser cabales, dignos y estoicos,
teniendo negra el alma y la moral torcida.
Estremece de pasión su garganta apasionada
como rugir de león, enérgica y sabrosa;
mas la palabra vana es pólvora mojada...
hay un pueblo añorante de gargantas silenciosas.
Hay un pueblo que no come discursos floridos.
No visten ni alimentan las frases rimbombantes.
Es el pueblo de hambres largas, el pueblo desvestido,
es el pueblo sin fortuna, de trabajo anhelante.
Gente de futuro incierto y presente errante
que ha visto su tierra pasar a nuevas manos;
que ve el dolor del hijo con alma sollozante,
que ve morir el sueño y la ilusión del hermano.
En el nombre de Dios le predican maravillas
usureros pastores, embusteros sacerdotes,
navegando en mares de abundancia, y a la orilla,
el rebaño aguantando del látigo el azote.
El diezmo y las ofrendas se guardan en los bancos,
la limosna hace más rico al obispo sonrosado.
Los impuestos nos empujan a profundos barrancos,
mientras juega de genio el amigo diputado.
Que nos libre el de arriba de tanto farsante,
que se levante y se rebele el pueblo pisoteado.
No más hambre, no más pueblo ignorante.
Digo al que trabaja, al compatriota honrado,
que no hay atrás, que tan sólo hay adelante.