Siento el frío de los grilletes en mis manos.
El alma se me dobla al peso de estas cadenas.
Mis pies desnudos se hunden en la arena.
Sobre mi espalda el látigo inhumano
con silbidos crueles de odio me envenena.
Sumido en esta eterna pesadilla
perenne es mi condena, mis penas son amargas.
Destinado a morir con esta triste carga,
murió la fe y mi pupila ya no brilla.
Es el claustro de hombres solos pero unidos
por los muros enmohecidos del calabozo,
horrendo y frío como un profundo pozo,
que deja hasta los sueños ya podridos.
Custodiado por Cerberos venenosos,
que atropellan la justicia escuálida...
Aquí es más un perro que el alma pálida
de amargura larga y ojos llorosos.
Mientras el sol entre tulipanes encendidos
se sumerge en el dorado horizonte,
le suplico al compasivo Caronte:
"arranca mi alma de este mar de olvido".
Con Dios mirando para otro lado
y el diablo presente en todas partes,
me consuelo portando el estandarte
del hermano aún esperanzado
de que el rostro del padre eterno
ilumine con la luz de su mirada
esta prisión infame y olvidada,
y apague los fuegos de este infierno.