Hemos caído sin aparente vuelta y sin razón
al calcáreo terraplén de esta batalla
de cadáveres antiguos e ingenuos y límites exiguos.
Ya el alma desangró ¿resta qué vida?
Nuestras óseas armaduras se estrellaron
con ajenos difuntos en fila,
precipitándonos a los fosos ocupados por otros
que una vez rompieron su sonrisa contra la roca más fría.
Tropezamos, por ciegos, con los pies de la ira
y la boca asquerosa del rencor de los egos
vertió un grito de guerra en mitad de la herida.
¡Qué batalla sorda y estruendosa guerra!
¡agonía recíproca, lodazal de víctimas!
Dos fantasmas aún en pie de guerra
(la coraza rota y la cabeza herida)
de un cementerio hacen precario y troceado
campo de colisión, cruces de trincheras.