Ojalá la buscáramos todos los adultos, para que al encontrarlas, ese momento tarde más en acabarse.
Veo al niño pelear con su amiguito, veo a los niños volver al juego, sin rencores, diez o tal vez cinco minutos más tarde.
Veo al adulto pelear con su hermano, veo los hermanos, cinco o tal vez, diez años después, peleados. Llenos de vanidoso orgullo, de amargo dolor y sin memoria del amor y la feliz complicidad que los unía de niños.
El infante deja el juguete para divertirse con la caja que envolvía al mismo, su rostro está lleno de felicidad, la pureza de su imaginación e inocencia lo hace sonreír (segun los cientificos, sonrie una cuatrocientas veces al día). Su padre sonríe por costumbre cada vez que saluda (¿serán cinco o seis veces por día?). Nunca está conforme con lo que tiene a pesar de ganarlo luego de trabajar duramente.
Fazz