“Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.
Eso le escuché decir mientras yo terminaba mi copa de tinto ¿Para qué rezas? Le pregunté. Con un leve cólera, separó sus manos y levantó lentamente la cabeza, mientras me preparaba de forma correcta para su respuesta. Creo que necesitamos conversar me dijo ella. Mientras dejaba mi copa a la vuelta de la esquina, decidí escuchar su apología.
Van tres años, me dijo, van tres malditos años donde la rutina rompió mi conciencia, mis ganas de amar, mis ganas de saber que estas bien, las ganas de vivir y de estar. Mi único escape a la realidad es la plegaria, y tú me hechas en cara la vida, los pensamientos y todo aquello que existe en mí. Ni siquiera sé si algo de mi te gusta, soy tan solo una silueta enmarcada en tu vista, algo para que no te sientas tan solo.
“Padre nuestro que estás en los cielos”, eso pienso, eso siento, eso soy, un simple palabreo en tu corazón y tu cabeza, eso pienso mientras te veo.
¿Por qué sigues conmigo? ¿Acaso soy tu salvación? Mientras lloras gritándome al corazón.
Te miré, y llorando te grité “¿sabes por qué sigo contigo? Porque bendita eres entre todas las mujeres”.
Después de eso, solo se escuchó el seco sonido de tus lágrimas cayendo en la mesa, luego tus pasos a la pieza dejaron en un sordo silencio toda nuestra conversación…