Que poco dura el encanto,
cierro los ojos y caigo en llanto.
De noche se escuchan ladridos
de corazones heridos,
tratando de encontrar paz
en la cama de alguien más.
Que lejano es el cielo,
para quienes están en el suelo,
mendigando un trozo de amor
que alguien más les robó.
Que pobre tienen el alma
y que sola está su casa,
no hay compañía por el día
o cobijo de madrugada.
Afuera siguen los ladridos
de aquellos pobres vacíos
que van tras esos amores
que solo se alimentan de ilusiones.
Miento si niego mi participación
en ese desfile nocturno,
si niego mi llanto inoportuno
en alguna ajena habitación.
Que débil es el placer casual,
no te hace sentir igual
y vuelves a ese recorrido
donde de dolor suena tu ladrido.