A Rubén Darío, in memoriam, en el aniversario de su natalicio.
Paseándose en la nieve de la tarde azulada
(la majestad del Sena testigo de su paso),
vese a Rubén Darío pensando en la jornada
en que vió entre esas brumas el vuelo de Pegaso.
La actividad de la urbe París, la iluminada,
vierte su esencia y magia cual champaña en fino vaso,
mientras posa el poeta su exótica mirada
sobre vagas doncellas venidas del Parnaso.
El mentor en ensueños, el amante de viajes,
contempla monumentos y artísticos carruajes,
y faroles que anuncian de la tarde su fin.
Y modernos y antiguos ornamentos del coche;
y antes que pronuncie sus matices la noche,
dále un canto a los cisnes con bohemia de gin.
(¿2009-10?)