Cómo cuesta aceptar
aceptar a cuenta
que ser feliz
también nos afecta.
Cómo raspa suponer
que la sonrisa constante
adornará nuestra cara
absurda y eternamente.
Cómo sangra la idea
de ser nosotros mismos
ante todo pronóstico
frente a todo lo aprehendido.
Cómo se nos ocurre
con qué cara se nos ocurre
suplicarle al amor
que haga todo cuanto sea, incluso hasta lo que no puede.
Cómo llegamos a creer
en la existencia de un dios
que promete milagros por encargo
cada vez que nos arrodillamos por no saber andar de pie.
Cómo cuesta soportar
que esta nefasta pero poderosa levedad
nos revolverá las tripas
cada vez que nos miremos pasar.