¡Oh señor, ¿Por qué me muestras la luz
y no me permites abrir los ojos?
¿Por qué me ciegas a sabiendas,
me aturdes con el trueno de tu palabra
y me guías por laberintos insondables?
¿Por qué abres mi corazón al dolor ajeno
y cierras el tuyo a mis súplicas y lamentos?
¿Por qué cuanto más te necesito más te alejas,
cuanto más vuelo hacia ti más te elevas
y cuanto mas te ruego, más secos son tus oídos?
¿Por qué sembraste en mí la semilla del amor
y no dejas que fructifique?
¿Por qué me envías el granizo del odio,
la escarcha de la envidia
y me niegas el sol de la compasión,
la lluvia de la esperanza y el color de las amapolas?.
Te llamas Padre e ignoras a tus hijos,
te dices justo y consientes la injusticia,
te abogas clemente
y castigas inflexible nuestras debilidades.
Por eso, Señor, he decidido emanciparme,
buscar la luz aunque sea a tientas,
perseguir la verdad aunque sea arrastras,
y proteger la semilla que en mi sembraste,
de tú desdén y de tu olvido,
para que pueda germinar y dar ciento por uno.
Prometo repartir la cosecha
entre los necesitados,
los carentes de consuelo
y entre todos aquellos que te buscan sin encontrarte.
Puede que hayas muerto,
o quizás te has olvidado de nosotros,
pero siempre te agradeceré
por los siglos de los siglos,
que sembraras el amor en mi corazón,
aunque tal vez lo hiciste sin darte cuenta
o la semilla se te escapara en un descuido.