I.
No alcanza nuestra ternura a paliar tanta humedad.
Se agravan las goteras que hacen luceros tras nuestros párpados.
Ese grito hundido en el sopor; un sueño más, dormir un rato más.
II.
Mientras no me puedo ir de este laberinto de silencios
¿Qué fue de mí pretendiendo una libertad de ruda y miel?
Una voluta de recuerdos se desprende de mi cabeza de diente de león.
III.
Mientras cae la pedrada y se desgaja el adoquín,
¿Qué están viendo las miradas que te guardé
Para desoir el quieto rumor de estas tristezas?
He llegado tan lejos que apenas si recuerdo hacia dónde iba mi camino.
IV.
Sin embargo, estos pies saben, por su cuenta, que no han de detenerse.
En lo que fluya de mi sangre. En lo que la maquinaria me triture.
Marchando eufóricamente impávido ante tanta desistencia.
V.
¿Por qué esa tirante desazón de las carnes quebradizas, de las almas resecándose?
Quizás querer estar más sangrado que un latido monótono;
Más atrapado que en una rutina absorbente;
Todo doloso de faltar al mandamiento ineludible, sólo para mantener la propia falta.
VI.
Media máscara sonríe a nuestro encuentro sin sorpresa,
A ese beso de humareda casi sin alivio.
Palidezco ante esta sinrazón que me mantiene insomne, estático.
VII.
Te rompes mientras las notas escalan; coronas el triunfo con un suspiro.
En efecto, te acurrucas, pareces tan cansado.
VIII.
¿De qué se trata el Cielo, si no son tus brazos?
¿Qué son tus brazos?
Si me desprendo, corazón, caigo y me desdigo.
IX.
Palpitándome esta desesperación como un parque de juegos
Vacío.
X.
Ah, pero vamos llenándolo todo de pensamientos,
Como si tantos peces pudieran, de una vez por todas,
Darle sentido al océano.