No despiertes del sueño
ni pienses que la carne
es caduca.
Tú serás de tus días dueño
sin sentir el miedo nunca
de no ver la sonrisa
sino el fruncido ceño
que el pesar en la frente
surca, condenando el pecado
inocente del deseo
que juzgas,
sin más motivo que la amargura
de una vida que ya es pasado
sin la alegría de la locura
de amar, sin ser amado.