Las luces turquesas se encienden y encandilan nuestros rostros.
La libertad se posa sobre ellas en forma de pájaros encendidos.
La mirada se pierde en un naranja que no se decide por ser azul.
La media luna se lanza a bailar sobre los puentes que atraviesan una ciudad
que conserva los vestigios de una cultura antigua.
Miramos a la libertad nuevamente,
entre el blanco frío que corre a nuestros costados.
Los reflejos y el viento abrazan a los sauces.
El otoño que atraviesa un viaducto, también los besa, nos besa.
Estamos aquí, de muchas formas, rodeados de lucernas que nos muestran que
la luz es mucho más que un chispazo de energía.
Nos encendemos, capacidad antediluviana de volver a amar.