Que ignoradas redes el deseo lleva ocultas
que empujándome al placer infame y escabroso,
mi mente, quedose perturbada entre las brumas
aquella tarde de un febrero sombrío y angustioso.
Vil deseo de mi desventurada muerte prematura
en instantes del péndulo a mi alma sepultaste,
sin el cortejo fúnebre, sin flores en mi sepultura,
mi inocencia pura en tu vehemencia enterraste.
Y morí como muere un feto tras su aborto
tan temprano cuando apenas aflora la vida,
pobre alma mía, en tu desdén está el despojo
de tu inocencia de Abad y de tu peregrina romería.
Hoy llevo el paso de un fantasma que arde en vida
de los muertos soy el cadáver más desdichado,
residente del polvo como exacta alegoría
de la inexistencia, a la que el placer me ha condenado.