En el ámbar de la tarde
la luz es apenas un suave latido invertebrado,
la orilla de un recuerdo extraviado en la memoria,
el dudoso fulgor de un tiempo que se acaba.
En la oscuridad se afirma el silencio
con el tórrido aliento de su voz callada.
Ahora hay pájaros que pasan como encendidas sombras
queriendo confundirse con las sombras mías,
ahogarse en la ceguera de mis ojos vendados.
La soledad me alcanza camino de la noche,
y va creciendo en mí firme como un árbol
sin conocer otro paisaje
que el sueño de estas crepusculares horas.
Mas mi corazón aún palpita
en la tarde que se ha ido
y arde mi sangre en el ámbar de sus cielos.