Le pregunté si le gustaban
las madrugadas,
se quedó mirándome,
la miré también.
Deduje que sí
porque toda esa chispa
que salía de sus ojos
se debía a que el alba
había anidado en ellos.
¿Cómo si no?
Le pregunté
si por las noches
observaba el firmamento,
me volvió a mirar
como la primera vez,
y la contemplé sin más;
creí casi asombrado
que todo ese polvo de estrellas
que se desprendía de su mirada
caería sobre mí.
Para que esos ojos tan bellos
vistan el misterio de la noche
no debes dormir supongo…
inquieto volví a acosarla,
y sin siquiera parpadear
sostuvo la respiración.
Que los sueños te despierten
murmuró el silencio.
La claridad invadió el recinto
y vi una sonrisa dibujando su cara
con algo de noche en sus ojos
y retazos del alba en su mirada.