En mi tierra aún viven
calles de polvo;
y el invierno trae
barros casi extintos.
Puedo ver acercarse
lentamente el carnaval,
en la carrera de madera.
Un camión anciano e infinito.
En la loma florecen
jardines de esperanzas.
Disfruta todavía
el sol jugar con el rocío.
La ropa huele a mi madre;
y el café, y la suave noche,
consuelo del espíritu;
y sus lágrimas de hastío.
Los abrazos son cristal,
son maquetas de neblina;
abadías de memorias;
son barcazas quebradizas.
Son aquí desempleados
los sueños innecesarios;
porque la flor eterna
emana elixir de sonrisas.
En mi tierra vivo yo,
aferrado al salvavidas;
a la noche que aún no es día;
al pájaro que no cayó.