La vacuidad que el cielo, al alma, le reflecta
es una astilla cruel bajo la uña;
un manantial secado por la ausencia
del implacable celo gris, que da la angustia.
El empapado saco que Roberto me comparte
bajo esta Luna roja sanguinaria,
me queda grande y suave me sumerge
por infinitos odios insondables.
Estoy en un rincón donde la luna no me alumbra,
aquél mismo rincón que ya conozco,
alguna vez salí, mas sin ayuda,
hoy escapar no sé, ni atado a la premura.
Es, mi versar, raído y pesaroso,
y está mi pecho ahogado de certezas,
la vida no me basta ni me viste,
ni me visita luz en la mañana.
Quieren dormir mis ojos y mis manos secas,
pero pasa que el sueño no me deja,
qué irónica es la vida cuando al venir, se aleja
la certidumbre alegre de las rosas.
Cuando el premio de no ver, es la ceguera;
cuando la euforia sorda consejera;
cuando el calor se apaga con el fuego
contenido entre los puños
y la penumbra es casa y guardería,
entonces el poema se aligera,
no carga el poeta más angustias,
la voz se apaga, ya no habla por los mudos;
ni mira, ni oye, ni canta, ni perfuma.
La tristeza no es negra, eso es vacío;
la tristeza no es gris, eso es la duda;
la tristeza no es Dios, eso no existe;
la tristeza es la dicha cuando va desnuda...