Llora el gobierno a media asta.
Ha muerto un Hombre
a ciento veinte kilómetros de una entrevista…
Y desde la mañana hay conmoción;
Porque poesía poseía un discurso único
(aunque de más cruces que flores).
Fue creador de artefactos tales como versos
para peces –nada solemnes–
Y ciento tres cancioneros masivos.
Después de su muerte, ocurrida afuera de un ataúd,
con irreverencia declaró “cosas” sobre la reina…
Y uno que otro político occidental.
Sin embargo, todos… Genios y poetas;
físicos y presidentes;
Ciudadanos y autoridades…
Andaban echando las narices por la boca
durante su funeral.
Fiel a su nombre, no muere en extremo;
puesto que deja: una cordillera de marcas;
libros para leer en un viaje en la montaña rusa;
y, en mayor medida, una transfusión singular…
De imaginación, que le faltaba a este mundo
para celebrar los duelos
sin suspender el baile ni por un minuto de silencio.