Cuando hayas partido al eterno sueño
y ya no tenga tu tibia presencia
ni tu sonrisa, ni tu duro seño
y abrace fiel, por las noches tu ausencia
no sabré si nuestro amor fue pequeño
y si mi alma, al fin, a tu ángel renuncia
si el dolor se convierte en mi cruel dueño
o me pierdo en mi lúgubre conciencia.
Pero si soy yo quien parta primero
a la desintegración que es la muerte
en nuestros recuerdos vuelva a quererte
como los días de luz de febrero
junto a la paz, con el fuego y la brisa
desde el rubor de tu joven sonrisa.