Se va
como quien corre tras el viento
siguiéndole los pasos.
El suave latido de la tarde
acrecienta su memoria,
allí donde la luz no alcanza
a trasnochar en otro espacio.
Es esta una hora incierta
que se dejó morir de las palabras.
Como desatinada respuesta,
un cadencioso rumor llena ahora su vacío.
Quizá ya no halle una sola página
que me permita doblar una esquina
y deba entender que el mundo es tan ancho
que se nos pierde de vista
cuando alzamos los ojos al cielo.
Solo queda este silencio
que todo lo abarca,
y un nombre que se apaga
con las últimas luces,
como espejo que se quiebra
en el impertinente sueño de las máscaras.
Su plato ya no está sobre la mesa,
su silla en el rincón donde solía,
todo parece haberse detenido,
solo su sombra gime y aún gotea.
Su ausencia es onerosa carga
que aún quiere demorarse
en el dolor del beso herido de mi boca,
en el inquieto parpadeo de una lágrima
como llanto fiel de tanto haber amado.