Duele morir asfixiado en este invierno
que llueve preguntas sobre un alma vacía,
serenos cristalinos alimentan las hiedras
que en sus raices enredan a mis pasos,
ya no siento caer sobre las ruinas,
porque aprendí a vivir de las heridas,
a vivir del sentido mas absurdo de la melancolía.
Caminante solitario que en sus pasos no dejan huellas,
sed insaciable de las olas de borrar hasta mi sombra,
florecen espinas como si fuera un desierto,
si mi piel es de arena nada florece de mis venas
abandonado en sequía al mojar el suelo con mis lagrimas,
llevame a otro cielo luna de fuego,
no sea mi llama hacia el dolor el calor de tus ojos.
Los senderos son de escalas vacías sin destino y sin final
hacia el misterio de las auroras extrañas,
allí me quedo para esquivar el amargo suspiro,
he dejado huellas y me las ha quitado el viento,
ay del cielo que en su infinidad hiere
con su oscura noche quebrada por los rayos,
hiereme en silencio, matame con tus gritos.
Instantes lastimeros
confinados al rastro evanescente de mis talones,
extraño es caminar con los pasos ausentes de huellas,
mi vida cabalga sobre le desvelo nocturno constante,
pesadillas como almohadas para arrullarme en delirios,
cuesta tanto creer en el principio de una primavera
cuando devoras en tu fuego estrella solar
y me duele recorrer el mundo sin dejar tan solo un recuerdo.