Esta tarde estábamos sentados mi hija(que tiene casi 4 años) y yo en un banco del parque al que la suelo llevar. De repente me ha hecho una de esas preguntas que, aunque sabía que en cualquier momento me la podía hacer, no estaba preparado para responderle. El caso es que me ha preguntado que donde estaba mi madre, que falleció hace 9 años a causa de un cancer de mama. Como digo, me ha pillado desprevenido, y lo único que he atinado a contestar es que estaba en el cielo. Vaya por delante que yo, a pesar de que a menudo arremeto contra dios en mis escritos, sobre todo movido por la impotencia que siento al ver el mundo tan injusto en que vivimos, soy agnóstico. Es decir, que no creo en las divinidades pero tampoco soy quien para negar su existencia. Si echo mano del cielo para decir que alguien a quien he amado está allí cuando fallece, es solo por utilizar una figura alegórica. Pues bien, mi pequeña me ha dicho que es que si se había ido, a lo que yo he afirmado.
En ese momento he caído en la cuenta de que ella, a su corta edad, aún no entiende el concepto de la muerte, pero sí sabe lo que significa que alguien se vaya, y ha debido creer que mi madre se había marchado, dejándome abandonado. Y digo que ha debido imaginar esto porque, acto seguido, se han humedecido sus ojos, y cuando estaba a punto de romper a llorar, la he abrazado y he tratado de explicarle que las personas, a veces, en contra de su voluntad, tienen que partir para no volver nunca más. Pero que no se preocupase, que ni su madre ni yo nos íbamos a ir, dejándola sola. De esta manera he conseguido conformarla un poco. No quiero que mi hija me vea triste, deseo que crezca feliz, de no ser así, incluso yo mismo habría llorado, más que por no tener a mi madre, por miedo a que a mi hija le faltemos algún día su madre o yo antes de que sepa defenderse en la vida por sí misma.
Mi madre fallecío cuando yo tenía 30 años. Y aunque fue un tremendo golpe, sobre todo porque no lo esperaba, pues la enfermedad llegó de manera repentina y fue muy agresiva, yo ya tenía mi vida más o menos emplazada, y en realidad para mí nunca ha muerto, pues no ha pasado ni un día en que no la recuerde. Pero mi hija es aún muy indefensa y me aterroriza pensar que pueda sufrir una pérdida así a tan corta edad, con el consiguiente trauma que supondría para ella. Yo tengo tendecia fatalista y esto me hace sufrir demasiado. En realidad, lo que menos me preocupa es lo que me pueda pasar a mí, cuando la de la guadaña se me avalance, la recibiré con los brazos abiertos y la cabeza bien alta. Pero me preocupa sobremanera que mi hija pueda tener alguna carencia antes de tiempo o que no sea feliz.