Después de un día en el colegio, Ángel llegó a casa. Vi en sus ojos dolor, tristeza.
¿Qué tal te ha ido? - pregunté -
Bien - Respuesta seca. Ni siquiera me miró a los ojos - Supe que algo había pasado.
Posé mi mano en su hombro. Quise respetar su silencio, su dolor y darle la oportunidad de hablarme.
A cierto punto me mira fijo con sus ojos vidriosos y me pregunta:
¿Qué es el desprecio?
Enseguida supe lo que le había sucedido. Miré a lo lejos y le respondí sereno:
Es la expresión más pura del sentimiento de inferioridad del ser humano.
Me abrazó. A pesar de su corta edad, supe que había entendido perfectamente. No dijo palabra alguna. Tampoco quise insistir. En la noche antes de dormir, me contó todo lo sucedido.