Es, repetir tu nombre, preguntar
por qué van hacia el sur las gaviotas,
mirar a la tarde cara a cara
y al crepúsculo mirarle frente a frente.
Formular, acaso, algún deseo
a la estrella fugaz de tu sonrisa
y esperar la respuesta contra el viento.
Iluminar la noche más oscura
y sentirse cómplice y partícipe
del discurrir diario de las cosas.
Saberse compañero de la rosa,
de su aroma y su espina:
prisionero y jardín al mismo tiempo,
y sentir a la vez la codicia
y la miel entre los labios.
Presenciar un vuelo de palomas
como estela copiosa de tu pelo aventado:
sombra difuminada en el aire y el tiempo.
Participar de aquello que acontece,
que acontece y excede tu natural
curiosidad entre las flores,
compartiendo el silencio, el bullicio y el mundo.
Adormecerse, esperando, conmovido
y resuelto, en la flor del almendro,
y en la alberca y el agua,
donde abrevo mis ojos,
de mirarte gastados y de verte sedientos.
Escuchar a lo lejos en los labios
del viento, como música amada,
conjugar entre dientes
siempre el verbo te quiero.
Es, pronunciar tu nombre,
(dulcemente en tus brazos,
mientras sueño en silencio
dulcemente despierto),
renacer a la vida,
Mari Jose, cantando.
Gonzaleja