Esos frutos ocultos prometían,
manteniéndose firmes en la holgura,
ondulando del vestido la lisura,
dos ofrendas generosas me atraían.
Cuanta blancura lucían,
y el rosa de sus mejillas con dulzura,
aquella pureza salvaje sin mesura,
a sueños reales me devolvían.
Ay, campesina de la sierra,
cuerpecíto blanco que brilla,
entre olivos callados y confidentes.
Eres reina de mi tierra,
meta de mis besos en la orilla,
bajo los álamos tus besos son palabras siléntes.