Te faltan un escritorio y una biblioteca,
la cara pluma del color claro de la plata
con que el hombre ingenuo imagina al gran poeta
junto al tintero negro y el papel de seda blanca.
Tú no; tú sobre el cartón con las piernas cruzadas,
presintiendo el frío y la humedad de las aceras,
bic en la diestra, una librería a la espalda,
confundido entre mendigos que piden monedas.
Lo literario pasará página contigo,
—y conmigo, y otros— a la sombra de farolas,
bajo las esquirlas de la lluvia, los domingos,
los lunes y los martes... hasta puede que ahora;
Tú, regalando tu poesía sin abrigo,
por esa voluntad que pone precio a las cosas.
Pero te has hecho símbolo y seña en la Gran Vía,
como una estatua más, de piedra viva, que escribe,
cual barquero de la orilla, a la niña bonita,
a la que pasea, va al teatro y los cines.
Allá abajo, sobre el suelo sentado y humilde,
viendo tacones, tibias, faldas, bajos, canillas,
medios cuerpos que van rozando la superficie,
sin verte, los ojos al frente o siempre hacia arriba;
Allá abajo, vives, desconocido y sin nombre,
eterno preso por las cadenas de tus versos,
entre las letras torcidas de rectos renglones,
sostenidas sobre el aire duro madrileño;
sólo, cuando no escribes, andas como los hombres,
aun siendo poeta la mayor parte del tiempo.