¡Qué eternas son las noches cuando
hasta el silencio me habla!
Parecen pedradas chocando en la puerta
de mi cuarto oscuro.
Una vida entera, deambula por mi mente
cuando el insomnio cruel,
no emborracha al cansancio que provoca
tu ausencia en mis días.
A ratos lágrimas de agonía, otros, de leve
sonrisa que se dibuja en la cara.
De pronto, ¡vuelve la desesperanza! y te ahogas
en sollozos que en instantes,
se tornan acallados gemidos con tan sólo
recordar tu hermoso rostro.
Aprietas los puños, los ojos y el corazón
con tus manos, como queriendo
que se parase, como diciéndole: ¡Basta!
No sientas más, duérmete ya, te lo ruego.
Que temo a la noche y aún más
al día, otro que pasaré sin tenerte, otra
eternidad que no es vida.
Y al despertar, tras dormir más bien
poco, ansío que la mañana
pase rauda, que la tarde sea liviana
y que el sol se acueste
pronto, pues prefiero estar sola, que sola,
en compañía de otros.
¡Que llegue la noche, sí! La negrura,
la soledad que chirría,
los abrazos que no llegan, los labios
húmedos que ya no besan ,
el eco mudo que de ti siempre me habla.
¡Que llegue la noche! Ésa que temo...
Pero en la que estoy a solas contigo vida mía.
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Pilar González Navarro
Febrero 2018.