La vi a lo lejos, de apariencia apesadumbrada. Cabizbaja, el negro lacio de su cabello cubría sus ojos tapándolos; percibí una musitada súplica que hizo acercarme.
A borbotones las lágrimas rodaban por sus mejillas, salpicaban hasta sus azules y brillantes zapatos. Puse mi mano en su hombro, cuidando de no molestarla y le pregunté....
--disculpe, ¿Cuál es la causa que le aflige?....si puedo servirla en algo; advierto en sus llantos una honda amargura llena de desespero.
Ella, alzando su mirada, entre seguidos pestañeares, cazó en el aire un respiro, he hinchando su pecho en ese tomar aliento, contestó.....
--no son de hombres mis pesares, ni conjeturas terrenales; y es que los ángeles se me aparecen, avisándome sobre los demonios y sus huestes.
Entonces, siento oprimido mi pecho, agitada mi mente, me siento repleta de angustia y confusa tristemente.
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Solicitándome y permitiéndome, pero al tiempo distante. Ella, rompió en agónicos sollozos; en ese lloro desenfrenado se extraviaron sus ojos y por más que atizaba intentando buscarla, sólo encontraba, a ese terrible, su llanto, como compañero.
En un banco de piedra nos citó la vida, esa mujer, con sus alados benefactores: los ángeles...y yo paseando, escoltado por fantasmas, jugando mi partida.
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Tenía yo la sensación, de no bastara para ayudarla, tan sólo con el zurcidor esmero de la voluntad.
Éste, su sufrimiento, era aguja punzante clavada, parecía difícil de extraer, complicada de sanar. Requería ese desgarro solventarse, con fuerzas celestiales, absolutas y supremas.
Ella, aparecía frente a mi, con el vestido desgarrado por su encaje, en ambas mangas fuera de la costura; y colgando en su pecho, una simple cruz plana hecha de alpaca; señalando a las desilusiones y el alma rota, quebrada.
Yo, atento me esforzaba en deshacerle aquellos nudos, que con atropello, destrozaban la bella melodía de un pájaro alegre al cantar. Convirtiéndolo en desajustado jolgorio, en un canto descompuesto por tanto desconsuelo.
Ya aniquilante, mareaba fustigando al espacio el sufrimiento; él, agitado robaba, hasta los inertes vacíos; mientras el polvo levantaba las hojas esparcidas, envejecidas, carcomidas, secas; y al elevarse esas hojas, pude ver en ellas escritos: en negro, con anagramas, conjugaciones sedientas de prosa volaban en ellas, tribulaciones pasajeras entre versos.
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La mujer, se levantó del banco de imprevisto y alzando sobre el aire su violacio y palido pañuelo, desprendiendo sus labios al anhelo, brevemente susurro un: --lo siento, me he equivocado, pero tiene remedio.
Y prosiguió con el levantar de sus manos, con dedos extendidos apuntando al gris del cielo:
--me equivoqué al despreciar a la aparecida húmeda y fría aurora, la que vino de frente, sin tapujos a visitarme. Esa aurora, vestía en su rostro dos pigmentados lunares. Uno, me dijo: --es la fealdad que hay en los seres humanos; el otro, indica la hermosura en todo habida.
Paró un instante, aquella aurora, tempranera damisela; y continuó:
--estos lunares que observas, no tienen siempre el mismo tamaño ni una misma forma establecida: depende de con quien me encuentre, a quien desnude mi presencia.
Sin ser posible huir de este espejo; ellos: aumentan y crecen o disminuyen y desaparecen, resumiendo en su balanza; a la vida de estos, aquellos y tantos otros con sus desvelos.
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Tiritó la mujer, al destapar el aliño de ese encuentro; palpó buscando el bolso que llevaba tenso en su lado izquierdo y extrajo un diminuto frasco que en su destapar fluyo reminiscente; mojó las yemas de sus dedos y untó con fragancia de azahar, sus lóbulos, su frente y su cuello.
Entonces, al mirarme de nuevo, penetró su verde y cristalina mirada en mis adentros y me incitó a seguir escuchándola, demandándome aliento:
--tenía usted que haberla oido: para ponérsele a una la carne de gallina; esa aurora, madrugadora dama, remato su explicación, créalo usted! diciéndome:
--ay!!!....ay!!!...ay!!!...cuando cuento la verdad a alguien...tiene dos posibilidades y éstas son....o escupe lo que le corrompe y sobra o se lo traga indigestándose por aquello cual daga cruzada, absorve y nos engulle sorbiendo. Para poder escupirlo, debemos reconocerlo hasta aborrecerlo; limpios entonces, somos capaces de rellenarnos de grandes verdades, de valiosos fundamentos.
Mientras, que si se rehuye la imagen y el contenido de lo que en el ser vive y ha vivido: escogiendo masticar, tragarlo y no reconocerse....se vomitaran de continuo sentencias indigestas e improperios, al ser imposible digerir esa porción de destrucción, embustes que consuelan engañando, vanas farsas y necias patrañas; sería, como ir en contra de nosotros mismos; el mundo inutilizaría sus bellezas, las cancelaría, restaría hasta quitarnos negando, cada uno de sus alientos.
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Después de contarme este relato, la frágil mujer volvió a sentarse en la esquina del banco; ese banco desollado, duro y recio, inerte en aquel parque. Parque teñido de robustos robles, estiradas hayas y como desgajadas encinas. Pacífico... sereno.
Al fin, terminó calmándose ella; cortó sus sollozos, agarró mi mano y me encomendó a visitar con un paseo, la vereda del arroyo, la fuente y los senderos, para darle más tarde respuesta que no la fulminase, si, que esa enorme congoja le extirpase.
"El hogar no está alegre si falta alguno de sus miembros. En mi familia valen y queremos a todos sus miembros.....no importan formas, ni colores, ni creencias.....todos somos espejos."