Ésta noche, buscando el alivio de un dolor incesante;
bajo las cálidas caricias de una ducha caliente,
no hice sino pensar en mi musa, mi musa desempleada,
aquella, cuyos poemas no se habían escrito por temor a llegar desapercibidos;
cuyos poemas, no fueron pronunciados sino en la mente de su poeta,
no hice sino pensar en el dolor y el frío aliento de toda esas odas muertas y olvidadas,
no hice sino rendirme a la idea de no poder lograr limpiar una sola cosa con el vaivén del agua, no limpiar el llanto, que de mis ojos, entreabiertos solo me permitió ver opacas luces acompañadas de efímeras sombras, que advertían una sola cosa a mi ser,
sólo transmitían el dolor, la incertidumbre y la ceguera con que mi musa,
la pobre musa desempleada, aquella cuyo poeta le dejo de escribir, se jugó la vida buscando a un ruiseñor que ya no cantaba...
No hice sino ver, como luz que penetraba en mis pupilas como cuchillas
rebanando capa a capa la sensibilidad de mi tacto, una epifanía que me mostrase frente a ella, cantando, rogando ser escuchado; y a mí musa, seducida por el canto de otro ruiseñor.