Había un violinista que tocaba un violin escarlata.
Ante él, la gente se agolpaba y los pájaro cantaban.
Ante él, los daños se curaban.
Había un violinista que tocaba un violin escarlata.
La melodía que tocaba, penetraba en mi abisal interior.
Las cuerdas gemían como los amantes en el albor.
Había un violinista que tocaba un violin escarlata.
Era ese violin, él que con su melodía acusaba de superfluo a cualquier lamento, era esa melodía la que barría como un tornado en mi memoria, mis peores momentos.
Había un violinista que tocaba un violin escarlata.
Con el violin seducía a toda mujer, las engañaba, les quitaba la razón y la cordura. Les daba un perfecto principio y les prometía un bello fin. Pero ellas no sabían, que robaría sus corazones y con su sangre teñiría el violin.