De pronto estaba mirándote fijamente
como se mira acostado la forma del cielo
y noté que eras bella, no como fantasía,
sino como el rocío más fresco de Abril.
Quise que besaran tus labios los míos,
y me arrancaran la idea de besar los tuyos.
Pero, sólo conseguí inundarme el pecho
con la misma herida incipiente y febril.
Soñaba con verte desnuda, y desvestirte,
mordiéndote la piel como el hambriento mendigo
cuyo apetito insaciable apenas finge,
preso de la implacable sensación de vacío.
Y mis sueños empeoraron con el paso del tiempo:
empecé a soñar que caminabas conmigo
y al tomarte la mano me decías \"te quiero\",
con la misma necedad de amar lo incorrecto.
Soñé que dormíamos bajo la misma sombra
y nos abrazábamos no por el frío ni la brisa
sino por el silencio nocturno y sereno
que atacaba nuestros huesos con ansiedad.
Un día desperté, dispuesto a decir \"te quiero\"
y tuve tanto miedo que preferí esconderme,
socavando en mi pecho otra ciénaga herida
que el silencio no sana, ni los besos del mar.