La serpiente silbaba en su cama
soñando en un palco bajo luminarias
y bailaba y bailaba,
con sus zapatos negros,
recibiendo aplausos de todos los presentes.
Su espectáculo causaba sensación
y producía la impresión
de serpentinas en el estómago...
Su amigo sapo la espiaba
y le lanzó agua en la cara.
Ella tembló de cuerpo entero
y cuando quiso correr tras él,
recordó que piernas no tenía
y lloró cuanto podía.
Entonces buscó a la araña costurera:
—Por favor, cósame piecitos de lino azul.
—No tengo tiempo, pronto me voy al sur.
¿Y para qué quieres pies?
—Para andar de frente, de lado, al revés…
Después fue al médico y le explicó:
—Mire doctor, esta es mi situación...
¡Mija, tendrías que pagarme un millón!
Y salió de allí toda cabizbaja.
Luego se encontró con su amiga la ciempiés:
—Ve, serpiente, mi caso,
¡muevo cien piernas para apenas dar un paso!
Cada uno carga su cansancio...
Pero la ciempiés tuvo una idea:
—Voy a llevarte a un lugar...
Las dos fueron a una casa de té árabe
donde había una danzarina del vientre.
Mucho hablaron y tomaron té verde.
La serpiente bailó con la danzarina
para abajo y para arriba.
Y de ahí surgió la costumbre de usar serpientes
en la danza del vientre.
Ahora la serpiente lleva vida de artista,
tiene un camerino sin ningún capricho,
con frutas, flores y muchos admiradores.