Era capullo la niña mujer,
asomándose a la ventana abierta,
árboles con mucha vida,
con alegrías sinceras en momentos de amargura y desamparo.
Tan valiente y fuerte era ella,
como botalón que acordona a la manada
su sangre se quemaba de amor, pasión y preservación
por su sangre.
¿Cuántas horas?
no sé cuántas,
pero siempre se quemaba
por ver el alborozo de las ramas que dieron vida a su vida.
Esa niña mujer,
fantaseaba con las estrellas que alumbrarían su camino
en las noches de tormenta.
Pocas veces asomaba la oscuridad de su cielo,
alguna vez mostró el chaparrón de su abundante lluvia.
Quiso rociar con su esmalte inmaculado
lo tenebroso de su cuerpo,
más no pudo con ello.
Tal vez, fue cualquiera
o simplemente la eventualidad
que lastimaron tan hondo.
Jamás pudo revolotear sobre su espejo
tejido con hilos dorados,
que daban fuerza a su esencia truncada.
Enmarañada en sus hilos
¡cuánto dolor! tendría la tejedora en el corazón
de la flor que no pudo.
Alguna vez entorpecieron su esplendor añorado.
Ese capullo fue noble con sus ramas
ahora lo sé.
El rocío de su esmalte el viento se lo llevó,
jamás encontró las alas en su mirada,
ni el tronar de su cuerpo,
para levantar el vuelo hacia el edén soñado.
Imágenes dibujadas eran luz en ocasiones,
de sus añoranzas desmesuradas.
Lo grande que hubiese sido,
pero se fue,
sin despedida alguna
llena de esencias milagrosas.
Pájaro carpintero,
¿Por qué no vino a mis árboles frondosos?
¿Por qué no probó mis frutas impregnadas por las cenizas?
¿Por qué tu vida no fue?
¿Por qué tanta vida? sin vida
mariposa que volaste sin adiós ni despedidas.
Ni estudiante,
ni amiga,
esa que ya no es,
esa que ya no está
esa que ya se fue.