El río ha muerto ya, ¡ha muerto!...
Su largo espíritu convulsiona;
remansos de espumosa sangre.
El recuerdo del crimen le quema,
cual ácido furibundo.
Los príncipes del cielo, sopranos,
que antaño vestían de arcoiris
y perfumaban el aire con su canto,
hoy beben agónicos del fantasma,
aguardando juntos el ocaso.
No es una vida, ni dos, ni tres;
mil eslabones a su ataúd cosidos,
escoran junto a un sueño verde
que empalidece y se pinta yermo.
El maquillaje de la última muerte...
El asesino mudo, sordo, necio;
una estatua dormida de carne,
ciego, insaciable, mal padre.
El rostro de la última muerte…
El rio ha muerto ya, ¡ ha muerto!...