Se van, se esconden los ruidos de las aves
que me maravillaron mientras duraba el día
y van apareciendo lentamente
esos ruidos de la noche que enamoran.
Abro la ventana para que entren libremente
y allí están... no saben que los siento.
Son ruidos que juegan, juegos simples,
sintonías naturales o puras fantasías del campo.
Me llega el golpeteo de aguas del río
tan monótono e inductor a sueños,
enlazado al croar de ranas y de sapos
que los siento más lejanos llegando
desde la acequia y desde el río mismo.
El cric cric de los grillos que se meten
en la casa, un ruido que por escondido
no señala el rincón de su origen.
Y también siento algún coyuyo
o langostas... con su especial chirrido,
rítmico y constante intercalado
con breves silencios de descanso.
Y hasta el cuchicheo de murciélagos
metidos en la cumbrera de chapa
resultan hechiceros en esa mezcla nocturna.
También escucho otros sonidos que aún no sé
de dónde vienen, ni adónde van ni quiénes los avivan,
pero igual me arrebatan el alma.
Y los voy oyendo atentamente primero
hasta que empiezo a confundirlos
mientras el sueño llega... de la mano
de esos ruidos nocturnos.
De mi libro “De encuentros y desencuentros”. 2010 ISBN 978-987-9415-26-9