Cuando de mi te alejabas
por insondables razones,
con el alma desgarrada,
yo en silencio te llamaba
hasta desgastar tu nombre.
Con el paso de los días,
cansado ya de añorarte,
y cuando ya barruntaba
que tú nunca volverías,
yo trataba de olvidarte,
en vano, pues no sabía,
pobre iluso, por entonces,
que, siendo noche cerrada,
no habría sol en mis días
ni luceros en mis noches.
Quemé tantas energías
en mi huida hacia adelante,
sin encontrar la salida,
que empeñé en ello la vida
y nunca pude olvidarte.
© Xabier Abando, 16/09/2017