El tañer de las campanas.
Las notas de una guitarra.
El canto de una cigarra.
Los trinos de aquel pinzón,
que alegraban la mañana.
Ritmos que libres penetran.
Como danzas de verbena.
Olores que trae la tierra.
Besando cada rincón.
Abrazando cada pena,
para enjugar el dolor.
Despierta en cada recodo.
Cada curva del camino,
devuelve esperanza al rostro.
Nuevos misterios se ocultan.
Cada gesto es un atajo,
para el sendero perdido.
El camino en su albedrío,
llena la vida de antojos.
Y sembrando nuevos gozos.
Adorna cada destino.
Embrujado silba el mirlo.
Llamando al amor lejano.
Envuelve el sonido el viento.
Mensajero de su canto.
Borda en el aire las notas.
En sus trinos recitando.
Va desgranando lo versos.
La réplica va buscando.
Brama el volcán orgulloso.
De su poder convencido.
Abre sus fauces de fuego,
en las brasas, como ríos.
De su garganta de rocas.
Vomita su descontento.
Carbonizando la tierra.
Calcinando lo que halla,
en su siniestro camino.
Un coro de voces viejas.
Reclaman su sacrificio.
Mientras las voces que nacen,
van tapando los principios.
En el limbo excomulgadas.
Van anunciando el peligro.
Perdidas se van quedando.
Flotando en el infinito.
A. L.
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