Julio Antonio B. De los Santos Peregrino

En la casa de mis abuelos

En la casa de mis abuelos

no se usaban los relojes

y sobraban las ventanas.

Observaba posar el zorzal

con su suave abrigo de madera

creyéndo ser un tronco

con los árboles de la cercanía.

En ocasiones un gato llegaba

a mendigar víctima de su estómago,

las ventanas estaban abiertas hasta la noche.

Gracias a ese diminuto portal de vidrio

comprendí que la casa de mis abuelos

era una creación de las ventanas.

Y que la ventana era una puerta

que al abrirse ilustraba

el único y verdadero hogar.

Cuántos semáforos repitieron 

un millón mil veces su patrón

para que los gatos adoptaran

los complejos típicos de rata

e irrumpieran rompiendo los cristales.

Desde aquel momento mis abuelos

sellaron las ventanas con barrotes.

Tras esto, cuando voy a su casa

solo creo ser un pequeño zorzal

aprisionado en una inmensa jaula.

Porque la casa de mis abuelos

ya no existe sin las ventanas.

Por eso con el tiempo nació

la necesidad de ver los relojes.