Alberto Escobar

Rosa Parks

 

 

 

 

La jornada había sido dura como pocas.
Son muchas horas fijando la vista en cada puntada, para que la labor
quede a pedir de boca.

Estaba deseando llegar a casa para descansar, para estar con Raymond y
olvidarme de que estoy en este mundo, tan injusto por otra parte.
¡Por fin llegó el maldito autobús!
La noche emerge del crepúsculo, la oscuridad es hermana del miedo.
Subo, pago el billete y bajo para entrar por la puerta de los negros.
Consigo un asiento, ¡qué alivio!
Me he sentado en la zona central, donde los negros no tienen
preferencia. Si un blanco me lo pide debo cederle el asiento.
Era hora punta, la jornada laboral de casi todo Montgomery había
concluído, las paradas estaban atestadas.

El conductor me exige que me levante para que se siente un chico
blanco, tiene la ley de su parte.
¡No! ¡Basta de injusticias, tengo el corazón cansado, y el espíritu.
No soporto más este capricho, me quedo sentada, hoy no, nunca.

No me era dado en ese instante pensar que, con esta negativa, había
derribado la primera ficha de un largo dominó de esperanza, negro y
blanco, que acabó, no sin coletazos de muerte, con la boa constrictor
de la segregación racial.