La busco en lontananza,
-un deseo plomizo-, tras la loma,
que colme la esperanza;
la busco y ya se asoma:
el cielo, todo entero, se desploma.
Ya resurge la vida:
detrás de los cristales resucita,
natural, bendecida,
incesante palpita;
ya, líquida y sonora, precipita.
Charcos y escorrentías:
la calle en erupción y la ladera,
también las ansias mías,
la ansiada sementera,
que a tu seno conducen y a la era.
Huele a pan, huele a lluvia,
a tierra virginal, grave y profunda…
Mansamente diluvia
y la tierra se inunda
bondadosa, carnal, honda y fecunda.
Se eterniza..., y en calma,
el ánimo apacigua y dulcifica,
rejuvenece mi alma,
el barro panifica,
la atmósfera y el aire purifica.
¡Alivio de mis males!
¡Ay maná prodigioso!, (buen tempero),
que en grandes manantiales
de febrero hasta enero
completas la despensa y el granero.
Gonzaleja